jueves, 16 de abril de 2015

Francis Bacon



Francis Bacon, el pintor irlandés y uno de los más trascendentes del siglo XX, no es un artista de medianías: se le ama o se le rechaza, porque su trabajo fue -y es- una inmersión hacia el lado más oscuro y retorcido del alma humana, con rostros, cuerpos y figuras desmembradas, mutiladas y expuestas desde distintos ángulos. Francis Bacon vivió desde 1909 hasta 1992 y hoy en día es considerado el mejor pintor descendiente inglés desde William Turner.
Pero Francis Bacon, que en vida no logró demasiado dinero con sus obras, es famoso también porque una de sus obras ha sido record de ventas, pues fue vendida en 2013 por 142.405.000 de dólares. Se trata del tríptico titulado Tres estudios de Lucian Freud (1969) .
Artista muy influyente en el arte contemporáneo, destaca por ser homosexual en una época de gran rechazo y por las guerras que cruzó durante su vida, siendo testigo del sufrimiento humano más profundo. Es por ello que sus obras hablan de expresiones humanas profundas que normalmente son reprimidas. Expresa frustraciones, deseos, transtornos del ser, obsesiones, miedos profundos, y todo tipo de pesadillas internas que deforman el espíritu y el cuerpo.

La fuerza de la ambigüedad de sus obras es lo que hace de Francis Bacon un referente crucial de la pintura posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando los basamentos modernistas parecieron desfallecer. Bacon pone de manifiesto el choque de fuerzas que se origina en el mundo occidental: por un lado la vertiente racionalista, por otro, la vertiente organicista, en el centro Bacon sosteniendo en espacios ascéticos los cuerpos que se desmembran en esa lucha por la fijeza, por la estabilidad jamás conseguida.
Francis Bacon basa su producción artística en la representación obsesiva del cuerpo del hombre. Una representación que responde, básicamente a las siguientes ideas:
  • El cuerpo ya no es observado como el espacio, el refugio, que asegura la idea del yo, sino, por el contrario, el dominio donde el yo es contestado e, incluso, perdido.
  • El control sobre el propio cuerpo es una ilusión, el hombre basa su existencia en una falta de estabilidad que le es desconocida.
  • Se cuestiona la identidad y los valores que se consideraban conformadores del hombre el cuerpo es reconstruido y sus fronteras traspasadas y/o superadas.
A consecuencia de todo ello, Bacon va a representar icónicamente el cuerpo como un objeto mutilado que regresa a la animalidad, que se encierra y enfrenta a sí mismo desbordando los estereotipados discursos de la masculinidad y la construcción cultural de los géneros, que, obsesionado por su proximidad a la muerte y su semejanza al cadáver llega a disolverse y a desaparecer.



La visión atormentada de Bacon había de llamar necesariamente la atención de un público traumatizado por la experiencia de la guerra y todos sus males; pero así como los pintores informalistas orientan su angustia existencial hacia la indeterminación de la abstracción matérica, Bacon elige la figura humana como motivo central de sus cuadros, y la somete a deformaciones y alteraciones hasta un nivel no conocido con anterioridad en la historia del expresionismo. Ya sea en sus retratos, como en sus autorretratos o en composiciones más complejas, los cuerpos mutilados, los órganos atrofiados y todo tipo de anomalías anatómicas dan como resultado una imagen del horror que se inserta en un espacio indefinido, de fondos monocromáticos, que comunica una sensación de aislamiento y claustrofobia.



La apuesta de Bacon por la figuración se formula desde la más absoluta subjetividad, tomando de la vanguardia aquellos elementos que le convienen para conseguir expresar la torturada realidad del hombre contemporáneo. Para la construcción de los seres que pueblan sus lienzos hace uso de la gestualidad del informalismo, la distorsión expresionista y la evocación onírica surrealista (la emotividad en sus diversas formulaciones). Tales seres quedan superpuestos a grandes superficies de color plano, ordenados muy cuidadosamente; para ello sigue normas extraídas de la tradición abstracta geométrica más austera, siguiendo la más rigurosa racionalidad compositiva. Emotividad y racionalidad confluyen pues en la pintura de Bacon y se conjugan en un equilibrio extraordinariamente fértil y atrayente.




El interés de Bacon por los autorretratos de Rembrandt y por toda la obra de Velásquez se evidencia tanto en el uso de los empastes pictóricos como en la reinterpretación de obras como el retrato de Inocencio X, del que en 1961 realizó una espeluznante versión que, sin embargo, según él mismo confesó, no consiguió superar la obra original de Velázquez.
Las fuentes iconográficas en que Bacon se inspiraba para realizar sus obras podían provenir, como se ha dicho, de la historia de la pintura, pero eran los álbumes fotográficos de Muybridge (con sus estudios sobre el movimiento humano y animal) y las fotografías anónimas de diarios y revistas o los fotogramas de películas de Eisenstein o de Buñuel lo que constituía su archivo fundamental.




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